Al norte de Burgos, en el pequeño municipio de Bañuelos –32 habitantes en 2008–, hubo un maestro liberal, de apellido Benaiges, que daba gran valor a la escritura; en las frías tardes de invierno, leía, incansable, libros y cuentos a sus alumnos. Antonio Benaiges creó una publicación escolar en la que reflejaba, entre otras cosas, las vivencias y emociones de sus pequeños:

Aquel día hacía mucho frío. Encendí la estufa y llamé a los niños, que estaban brincando más que de costumbre. Enseguida se agruparon alrededor de la estufa. (...) Como acariciándola, le pasaban las manos, dejando escapar suaves sonrisas, trocitos de alma. Pero a veces una retirada brusca nos hacía reír a carcajada limpia. ¡Jolines, cómo quema! (…) Iba a leerles un libro que veían por primera vez y que, luego, tan querido iba a serles. Platero y yo. (…) Desde entonces, desde aquel día, Platero y yo forma parte del programa de la escuela… Hasta cuando van a por paja con el burro dicen que van con Platero. Y hasta diría yo que no los pinchan tanto, que ya tratan de otra manera a estos pobres animales tan útiles al hombre como dignos de mejor suerte”.

Un día el maestro preguntó a niños y niñas si conocían el mar y, aunque no lo conocían, empezaron a hablar sobre él, a imaginarlo. Entonces el maestro les hizo una promesa: irían a ver el mar, y antes escribirían un nuevo cuaderno titulado “El mar: sueños de unos niños que no lo han visto nunca”. Y los niños imaginaron, y escribieron: “El mar será muy grande, muy ancho y muy hondo…”; “El mar será de hondo como dos veces la veleta de la torre. Y tendrá dos metros de largura”…  

Al final, quedo solo un mar de palabras, el viaje para verlo no llegó nunca pues el maestro desapareció para siempre. En julio del 36, en días de alzamiento y revuelta, Benaiges era, al fin y al cabo, un maestro republicano en zona nacional.

(Recreación a partir del libro “La escuela de la República. Memoria de una ilusión”, editado en 2014 por Los libros de la catarata).