(Artículo publicado en la revista PEONZA, especializada en LIJ, en su número 122 de octubre 2017).

El pasado mayo, el salón de actos del Goethe-Institut Madrid acogía un evento participado conjuntamente con la Fundación Ortega Marañón: en un aforo completo, la editorial Creotz presentaba la primera edición en español de Un puente de libros infantiles, las memorias que Jella Lepman escribió en 1964 y que nunca hasta ahora se habían traducido a nuestro idioma. Como editora, resulta gratificante poder acercar al lector hispanohablante el testimonio de Lepman. En sus páginas, esta periodista alemana de origen judío reflejó sus vivencias y principales proyectos llevados a cabo tras la Segunda Guerra Mundial –cuando pudo regresar de nuevo a su país tras un largo exilio en Reino Unido–, relacionados todos ellos con la literatura infantil y juvenil.

La edición española de estas memorias, publicadas por vez primera en alemán hace más de cinco décadas y traducidas luego a otros idiomas, congregó en Madrid a figuras relevantes de la cultura: tomaron parte en el evento el Director de la Fundación Ortega Marañón, Javier Zamora –el libro incluye de forma inédita la conferencia que el filósofo José Ortega y Gasset dio en Múnich en 1951 sobre literatura y educación–; la crítica alemana y experta en LIJ, Birgit Dankert, y la Presidenta del Consejo General del Libro Infantil y Juvenil, Sara Moreno. Todos ellos coincidieron en ensalzar la figura de Jella Lepman como referente indiscutible en literatura infantil y juvenil, cuyas iniciativas, llevadas a cabo en aquella Alemania destruida por la guerra, sustentan hoy algunas de las más importantes organizaciones internacionales de apoyo y promoción a la literatura.

No en vano, Jella Lepman fundó en 1949 la Biblioteca Internacional de la Juventud en Múnich –con el mayor acervo mundial de libros infantiles y juveniles de todos los tiempos y en diferentes lenguas–; en 1953, creó la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil IBBY –hoy presente en 77 países, entre ellos España, que promueve y defiende el derecho a la lectura de toda la infancia–; finalmente impulsó el premio Hans Christian Andersen, preciado galardón que consagra a cualquier escritor internacionalmente, pues está considerado como el Nobel de la literatura juvenil.

Estos son tres proyectos principales que han trascendido hasta nuestros días en forma de sólidas organizaciones, pero Lepman impulsó otras muchas iniciativas, no menos importantes, que contribuyeron a crear un marco de referencia global para la LIJ y evolucionaron viejos esquemas y estructuras: me refiero a ese primer congreso internacional sobre literatura infantil y juvenil que Jella Lepman organizó en Múnich para hablar sobre libros e infancia entre países; o al impulso de secciones de literatura infantil y juvenil en las bibliotecas generalistas; también a la formación específica de los bibliotecarios de dichas secciones; a la apertura de las bibliotecas alemanas al público en general –algo impensable antes de Jella Lepman– o al modelo de biblioteca infantil y juvenil que puso en marcha con éxito como un espacio dinámico e interdisciplinar. En todo ello, Lepman influyó decisivamente y de todo dio buena cuenta en Un puente de libros infantiles.

Pero a pesar del peso de las instituciones que fundó, pese a la evidente aspiración de autores y editoriales de todo el mundo por figurar cada año en sus listas de premios y recomendaciones, después del papel relevante que ella confirió a la literatura en la reeducación de la población alemana en valores de respeto y la tolerancia, lo cierto es que Jella Lepman era hasta ahora una desconocida en nuestro país, una figura ignorada incluso en los propios círculos de la LIJ, lo que resulta no solo contradictorio, sino además sorprendente. Intuyo que algo ha tenido que ver el que nunca antes se tradujesen y editasen sus memorias en español.

El encuentro inevitable 

Descubrí a Jella Lepman a finales de 2014, y no fue un encuentro fortuito. Para una periodista en su madurez –como es mi caso– que decide adentrarse en el mundo de la edición, las preguntas son algo consustancial. Así que muy pronto necesité saber más –acerca de instituciones, historia, medios, certámenes o galardones–, abriéndose ese proceso de búsqueda, rutinario pero apasionante, que los periodistas conocemos tan bien. Detrás de IBBY hallé por primera vez el nombre de Jella Lepman. Tras los muros virtuales de esa increíble Biblioteca Internacional de la Juventud que cada día abre sus puertas en Múnich a expertos en LIJ de todo el planeta, de nuevo surgió el nombre de Jella Lepman. Buscando el origen del Hans Christian Andersen también acabé frente a ella. Luego, ¿quién era? Sabía que se trataba de una periodista –¡lo cual celebraba!– y que había dejado escritas sus memorias, que pasaron a convertirse en objeto deseado para mí, segura de que me aportarían la información que buscaba.  

Pero las memorias de Jella Lepman no existían en español, y ello fue otra sorpresa. A lo largo de cinco décadas, habían sido editadas en numerosos idiomas y en repetidas ocasiones, pero jamás en castellano. Así que compré por Internet un ejemplar en inglés, que aún permaneció quieto en su envoltorio durante varias semanas hasta que por fin me adentré en sus páginas.  

Es curioso lo caprichosamente que pueden disponerse las lecturas en el tiempo. Recuerdo que un sábado de mañana recogí un encargo en mi librería habitual: el diario de la periodista alemana Marta Hillers Una mujer en Berlín. Comencé su lectura esa misma tarde, que me absorbió por completo y me llevó a la capital alemana en la terrible primavera de 1945, cuando las tropas nazis se rendían sin remisión, Hitler se suicidaba y el ejército soviético tomaba las calles y hogares durante varias semanas, causando verdaderos estragos en una población integrada mayormente por niños y mujeres. El libro me cautivó por completo, pero quedé devastada por dentro, yo también, como el escenario de los hechos y el corazón de sus gentes.

Apenas dos días después, resistiéndome en el fondo a dejar aquella Alemania de escombros cuya historia me había atrapado, extraje por fin del sobre A Bridge of Children’s books y comencé su lectura. Otra mujer alemana –lo cual ya sabía–, otra periodista avezada: Jella Lepman también escribía en primera persona e, increíblemente, este segundo relato comenzaba en el mismo punto donde Marta Hillers había concluido el suyo, solapándose ambos en el tiempo casi a la perfección. Era exacto el escenario –las ciudades alemanas destruidas–; eran exactas las gentes –taciturnas, escondidas, hambrientas y resquebrajadas–, pero era distinta la voz. Lepman encarnaba a la mujer nueva y entera que regresa del exilio para iniciar un rescate; era una voz de esperanza. Volvía con uniforme militar y rango de mayor, convertida en asesora del ejército norteamericano para temas de infancia y juventud. ¡Qué alivio tan grande sentí al avanzar por sus páginas! Su objetivo era ayudar a las mujeres y los niños alemanes, entretejer proyectos y reeducarles en valores de democracia y libertad, devolviéndoles la ilusión en el futuro…, y todo ello a través de la cultura.

Los libros de la tolerancia

A este reto inconmensurable ella lo llamó misión. Cualquiera puede hilar lo que viene después… Los libros, la literatura, fueron su principal aliado a lo largo de doce años de intenso trabajo e importantes logros. Para quien fue testigo en su día de la quema de libros por los nazis –que consideraban la lectura como una actividad peligrosa–, recuperar la letra impresa resultaba prioritario. Durante el nazismo no existió en Alemania actividad editorial que no fuera propagandista y, tras la guerra, el país estaba económicamente hundido, así que había que importar con urgencia libros del mundo libre: para Jella Lepman, ni siquiera los idiomas serían una barrera. Creyó que sólo la literatura insuflaría aires nuevos de frescura y diversidad; a través de los libros llegados de todo el planeta, Lepman sintió el poder de despertar a una población dogmatizada durante más de una década por un régimen fascista.

Y en este escenario extremo, esta mujer valerosa obró sus milagros, que fueron resultado de su visión, pero también de su determinación y fuerte carácter. Su primer proyecto –y también el primer evento internacional en suelo alemán tras la guerra– fue una gran exposición que reunió la mejor literatura infantil de veinte países, todos ellos, por cierto, enemigos de Alemania solo unos meses antes. Eran libros ilustrados en distintas lenguas que enviaba cada nación, en lo que constituyó el primer gesto de colaboración internacional hacia una Alemania culpable de la peor guerra de la historia, ¡casi nada! La exposición fue también embrión de instituciones que hoy perviven. Recorrió durante meses las ciudades alemanas destruidas y fue visitada por millones de personas, que pudieron asomarse al mundo exterior a través de los libros para niños.

Lepman fue, sobre todo, una defensora de la infancia: ahí radica, a mi juicio, la clave de su visión y el éxito de sus proyectos, además del decisivo momento histórico que le tocó vivir. Nadie que quiera comprender el actual panorama literario, ningún escritor, editor o mediador con un mínimo de inquietud debería ignorar su aportación y testimonio. Sus proyectos alrededor de la literatura infantil y juvenil han crecido con el tiempo hasta su consolidación, y sus valores de respeto y tolerancia siguen siendo referentes y de actualidad. Por desgracia, también los problemas internacionales que azotan hoy a la infancia permanecen.

Una fina percepción de la Historia

Según palabras del Director de la Fundación Ortega Marañón, Un puente de libros infantiles constituye “un documento histórico de gran valor”. La autora refleja en sus páginas un mosaico detallado de escenas cotidianas de la posguerra alemana. En sus líneas aparecen las ciudades destruidas; las complejas relaciones humanas en situaciones extremas; la delicada convivencia entre alemanes, judíos y refugiados mientras subyacen los horrores del holocausto; la difícil situación de las mujeres –“a las que Hitler robó para siempre la sonrisa” según palabras de Lepman– o la soledad y abandono de los niños. También da cuenta de la labor de las fuerzas de ocupación en la reconstrucción del país, de sus arduos esfuerzos por desnazificar a la población, del papel decisivo de los medios de comunicación o del milagro de la recuperación económica.

Jella Lepman construyó su historia con percepciones finísimas, contó lo que veía con sencillez y claridad, haciendo de sus memorias una crónica amena, interesante y emotiva. Recientemente me decía un amigo editor, buen conocedor de la historia contemporánea, que había aprendido nuevos datos de la posguerra alemana en las memorias de Lepman, lo que me satisfizo enormemente. Es el de Lepman un libro ameno y de interés para cualquier lector.

La conferencia perdida de Ortega y Gasset

Como editora, enseguida tuve claro que había una oportunidad. Gestionar los derechos con la Biblioteca Internacional de la Juventud, trabajar la traducción del alemán y preparar la primera edición castellana de estas memorias se llevó más de 18 meses. Pero tenía claro, además, que la primera edición española debía incluir la misteriosa conferencia que José Ortega y Gasset dio en Múnich en 1951, invitado por la propia Lepman. Nunca se habían publicado sus palabras –dadas en alemán–; nadie sabía en realidad de qué habló ni se recordaba el manuscrito. Incluso en los archivos de la Fundación Ortega Marañón se tenía constancia del evento, pero se desconocían sus palabras. Nuestro tesón, y también la colaboración con la Biblioteca de Múnich y la Fundación Ortega Marañón, hizo posible hallar el manuscrito en los archivos de la Biblioteca: unas hojas amarillentas marcadas con un sello de entrada. Ortega y Gasset habló a expertos de numerosos países sobre La paradoja de la pedagogía y el ideal de una educación creadora de mitos. Según dice Jella Lepman en sus memorias, sus palabras quedaron flotando en el ambiente durante días. Aquel discurso, basado en su conocido ensayo El Quijote en la escuela, se incluye por vez primera en esta edición castellana de Un puente de libros infantiles